Esta pequeña fiesta de pijamas, de pañales en una cuna a la que he llamado niñez se acerca peligrosamente a su fin. ¿Cuanto termina la niñez? ¿El la inocencia lo que determina la niñez o es la niñez solo una cuenta de la cantidad de veces que hemos órbitado alrededor del sol en esta gigantesca roca flotante? Me pregunto continuamente qué voy a pensar de mi misma en dos años. En dos meses. En dos días. Estamos en un estado constante de cambio y es que un año es tan poco tiempo para acostumbrarse al cambio. Más de trescientos sesenta y cinco días no son suficientes para entender el cambio y sé esto porque quince años y once meses de existencia no me han acostumbrado a la cuna de la existencia. Quiero hacer tanto pero el miedo de existir me paraliza. Negar la realidad y ser reacia al cambio es lo que me convirtió en un suicida antes de que la falta de serotonina me tragara y fuera la segunda mayor causa de mi adicción a la idea de morir.
¿Es acaso un secreto de los adultos que nunca se deja de sentir temor a la existencia de uno mismo?
Todo está en movimiento. Todo. Los objetos estáticos están formados por moléculas, átomos, materia, electrones, cualquier cosa que debe estar activa para vivir. Ondas microscópicas que vienen del sonido de la tierra al rotar mueven sigilosamente los lagos cuyas superficies parecen cristal inmóvil y nuestro organismo tienen cientos de movimientos involuntarios que nunca se detienen, con el propósito de sostener nuestra aterradora existencia. Siempre hay una persona caminando y yendo a algún lado, atareada, en algún lugar del mundo o un animal corriendo o una catarata con agua saltando desde la altura de un precipicio de noventa grados . Hay demasiado movimiento. El movimiento es algo que sorprendentemente me ha sido muy difícil aceptar incluso aunque mi creación en el útero se basaba en movimientos.
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