A veces me siento como una niña pequeña. Estoy ahí, sentada en el piso con las piernas abiertas sin saber qué puede significar ese gesto físico, y de pronto empiezo a pensar que el mundo es absurdo, injusto sin sentido alguno, vulgar y raro. Empiezo a pensar eso y siento algo de enojo al pensar lo absurdo que es este planeta y lo imbéciles que son las personas. No viene la monotonía de vivir injustamente una vida sin sentido, sino la impotencia que se siente vivir en un mundo tan desigual e ilógico. Esta es, precisamente, una de las razones por las que tendré cinco años para siempre.
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