Cuando te digo esto, mi intención no es lastimarte o romperte. Pero debo salvarme a mi mismo y no puedo dejar que mi llama muera para salvar la tuya. Debemos salvarnos a nosotros mismos primero antes de salvar a otros y si te dejo seguir sobreviviendo de mi fuego, en cuanto se extinga tú te extinguirás conmigo.

La verdad es, cuando nos conocimos encendiste mi mundo y como las hojas de los árboles y los colores de tu cabello, todo cambió tan rápida y repentinamente; me golpeó, me cegó, sentí cada latido de tu corazón y pensamiento en tu mente. Por lo que siento fue un largo tiempo, te convertiste en el sol de mi universo. Había más que tu a mi alrededor y a veces esas cosas estaban extremadamente cerca, pero tu luz parecía estar en todas partes. Pensé que estaba nadando en tu amor pero la verdad era que me estaba ahogando en tu tormenta. Tu eras Dios y te adoraba con tanta pasión que me olvidé de mi mismo. Olvidé que yo también era un ser vivo, que  también merecía amor y olvidé quien era yo. Me perdí a mi mismo en ti. Me maté en ti.  El sonido de tu voz y el olor de tu cabello aturdió mis pensamientos y, deslumbrado por tus palabras, creí que yo no valía la pena.

Ya no brillaba más, my luz se extinguió. Te di toda mi energía para nutrir tu alma y me convertí en la luna, sobreviviendo con luz prestada de ti, mi sol.

Los rayos de sol son tibios, pero tu amor era frío como hielo cósmico. Me tomó un tiempo despertarme del largo sueño y me encontré rodeado de estrellas llamando mi nombre y rogando por mi libertad. Ya no era la luna, ya no estaba muerto; yo era el cosmos y la galaxia entera que te daba lugar para brillar. Aprendí, crecí, me amé a mi mismo porque descubrí que en el cero está el infinito. 

Tan sólo porque gritabas más fuerte no significaba que tenías la razón; sólo porque brillabas con tanta intensidad no significaba que fueras el sol.

Entonces, cuando dijiste que merezco algo mejor, respondí con la verdad y por una vez ambos supimos que yo tenía la razón: "Sí, lo sé".