Saturday, May 5, 2012

El géiser en medio del océano

Ayer tuve un momento de alegría repentina y extraña, un momento fuera de la lucidez.
Llegué a casa después de la escuela, después de una semana de ese agujero de mierda inútil, una semana que me cansó mucho tanto física como mentalmente. En cuanto subí las escaleras para hacer lo que hago todos los días al volver de clases (dejo mi mochila apoyada junto a la mesa del comedor, entro en mi vieja habitación, que ahora es una especie de closet, para quitarme los zapatos y el uniforme escolar), e hice todo siguiendo mi rutina, escuché desde esa habitación-closet que mi padre cerraba la puerta, pero no oí sus pasos subiendo. No venía y, a diferencia de cuando me dejan sola normalmente, sentí algo distinto. Sentí que tenía el torso hueco, y este estaba lleno de agua, había un océano dentro de mí, y en el centro del océano un géiser que se sentía como una perturbación abrupta que había roto la capa de agua y mi piel, y salía por un agujero que había forjado con golpes en mi pecho, pero al rededor de este, el océano estaba en paz, sentía una calma increíble, me sentía fuera de todo.
Me levanté y me quité la ropa, comencé a probarme vestidos de mi madre, tiene varios, y me los puse todos. Simplemente creía que me veía bien con esos vestidos largos, aunque la tela tapara mis rodillas, pero era igual. Era extraño, sólo me estaba midiendo ropa de mi madre pero me sentía fuera del mundo, me sentía como drogada por un momento, calmada, flotando, perfección y paz indescriptible, algo me rodeaba y era difícil de entender, pero no lo entendí, no me detuve a pensar, tan sólo disfruté de ese extraño instante de tranquilidad y éxtasis mental-física.
Me puse una camiseta de mi padre, una grande y negra a cuadros que se forman a partir de lineas blancas y delgadas. Es un pequeño placer mío, el usar camisetas grandes, lo adoro, no se me pegan a la piel y por eso siento la liberación de una falsa desnudez, una desnudez que sólo yo comprendo porque es a mi piel a la cual no se le pega la asfixiante tela.
Mi padre, me pregunté, ¿sabrá alguna vez que su hija se probó una de sus camisetas favoritas estando casi totalmente desnuda?
Feliz, con la blusa, viéndome al espejo y abrazándola, pensé que cuando él muriera quería que me regalara toda su ropa, todas sus camisetas y usarlas para dormir, o incluso para salir. Es otro placer mío, adoro la ropa de hombre, camisas de hombres, anchas y grandes, por encima de mis blusas pegadas que me asfixian y se colorean con tonos femeninos que tanto me disgustan.
Simplemente viste como un vagabundo pobre, no como los adolescentes de hoy que pagan mucho dinero por pantalones de aspecto roto y gastado cuando en la basura hay cientos de esos. Me gusta más así, más con cosas que los demás desechan, al punto de que me digan "Pero, ¿qué estás usando?" si algún día uso los mismo pantalones rotos que ellos, serán más anchos y de hombre.
Escuché a mi padre abriendo la puerta, y corrí por una blusa mía, entré al baño más cercano y desde allí escuché los pasos de mi padre sobre las escaleras alfombradas. Me cambié y puse la camiseta en su lugar.
Él no lo notó.
Me sacó bruscamente de mi éxtasis, pero yo no lo sentí mucho, no sentí volver a la lucidez. Durante mi alegría no pensé en el momento de volver a la triste monotonía.
Gracias, quien quiera que me ha regalado ese momento de océanos y géiseres, en un momento que sentía que la monotonía me estaba haciendo volver a revisar mis pastillas de emergencia de forma perturbadoramente repetitiva.

No comments:

Post a Comment