Se fue otra vez.
Me gusta la India. Me gustan los libros. Me gustan las mujeres. Me gustan las tetas. Me gusta el incienso. Me gustan los cigarrillos. Me gusta Nirvana. Me gusta tener vagina. Me gusta que me gusten las mujeres. Me gusta Elvis. Me gusta Frank Sinatra. Me gusta acabar con el mayor y el menor de los males. Me gusta pensar en el suicidio. Me gustan las velas. Me gusta el humo. Me gusta la intoxicación por monóxido de carbono. Me gusta el incesto. Me gusta mi pobreza/riqueza moral. Me gusta quemar cosas. Me gusta la promiscuidad. Me gustan las drogas fuertes que no he probado. Me gusta el desagrado que siento al imaginar que me clavo una aguja en alguna vena de mi muñeca y luego la muevo de lugar. Me gusta hablar con suicidas. Me gusta el más allá. Me gusta sentir miedo. Me gusta escribir aunque no tenga talento. Me gustan las píldoras.
Algo que me llevó a pensar en la sobredosis de pastillas como una forma de suicidio fue, además de la disponibilidad y el hecho de que la mayoría de las mujeres escogen ese método, es mi fascinación, casi heredada, por las medicinas en pastillas. Ahora, por la casualidad de que ambas muertes sean accesibles e indoloras o sólo por el hecho de mis predilecciones, relaciono mi fascinación con el humo (sumo a eso mi idolatría a las vírgenes suicidas y también entra un poco la accesibilidad y la falta de dolor) con el hecho de que esté interesada en acabar mi vida por una intoxicación con monóxido de carbono. Tal vez si dejo esa escuela toleraré un poco más el hecho de vivir, que es algo que no soporto, sólo por poder alejarme de ese grupo de hijos de puta. Me frustra el hecho de vivir. Enciendo tanto incienso que siento cierta quemazón en las fosas nasales.
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